Las cajas y los bombos de carnaval quedaron en silencio. Don
Carnal da paso a Doña Cuaresma y las cornetas comienzan a afinarse para
acompañar a los desfiles procesionales de Semana Santa. El invierno va pasando,
dejando tras de sí un rastro de niebla, lluvia y frío. Ese frío que se te mete
en los huesos y que te perfora el alma y te hace sentir esa melancolía que no
te abandona. Ojos tristes, mirada sin horizonte cubierta por la bruma, paisaje
árido y gris. Meses de amaneceres tardíos y anocheceres tempranos. Nubes negras
que se instalan en nuestro corazón y no nos dejan ver la luz del sol.
Pero como dice una frase que desde años llevo escrita a fuego
en el alma: “Quiero creer en el sol, aún cuando no brilla. En Dios, aún cuando
calla”.
Ha sido un invierno duro, plagado de tormentas y aguaceros.
Pero todo pasa. Todo llega. Y poco a poco, sin que nos demos cuenta, la
claridad dará paso a la oscuridad. Y el campo comenzará a florecer y el cielo
volverá a ser azul.

La primavera está cerca y con ella el milagro de la
regeneración. Una estación en la que lo que creíamos muerto vuelve a resurgir y
las ilusiones desbaratadas por el frio y la oscuridad regresan con la fuerza
con la que brotan las flores en el campo.
La vida se hará paso. La naturaleza nos regalará una nueva
oportunidad de ser felices. Y con ella nuestros corazones recuperarán la
alegría, la ilusión, la pasión. Porque
la alegría llega bajo el manto de color, la ilusión, con cada brote de trébol
de cuatro hojas, la pasión, con la subida de temperatura y el rojo de las
amapolas.
El milagro se repetirá y volveremos a sentir que aunque no lo
parezca, aún tenemos pulso, ahora lento y tardío pero pulso al fin y al cabo. Y
como cuando hay vida hay esperanza, ese palpitar se irá recuperando a sorbos
hasta alcanzar el ritmo normal y entonces nuestro corazón volverá a latir
acompasadamente.

Aún nos toca esperar un poco, pero solo un poco, aunque con
la certeza de que tiempos mejores llegarán, con el convencimiento de que
nuestro ser volverá a sentir lo maravillosa que es la vida, con la esperanza y
la ilusión de que un día la lluvia cesará y las flores volverán a abrir sus
pétalos primaverales dando la bienvenida a una nueva estación.
Volveremos a empezar. Siempre volver a empezar. Con fuerza,
con ansia, con la garra que tenemos los seres humanos para superar la
adversidad. Con el convencimiento de que un nuevo día llegará y con él la luz
del sol volverá a brillar, los pájaros volverán a trinar y el color inundará la
negrura invernal de nuestra alma.
Y mientras tanto, me sentaré a esperar. Me acurrucaré en el
brasero y miraré como las lágrimas de lluvia resbalan por la ventana y los
truenos y centellas se alejan en la espesura de las nubes. Y estaré atenta a
las señales que indiquen que ya es la hora. La hora de salir del caparazón y
volver a florecer a la vida, junto con la primavera.
ANA
GAMERO