domingo, 17 de junio de 2012

LA ROJA


Ya está aquí. Ya empezó. La Eurocopa de Fútbol ha llegado y con él, todo un inicio de temporada estival repleta de televisores con una única programación, horas de vacío en las calles y reuniones de amigos y familiares para ver el partido de rigor. Fútbol, fútbol, fútbol. Eso es lo que toca, aunque sí miramos más allá del césped, más allá del banquillo o de la tribuna, encontraremos más, mucho más que simple fútbol.

Para empezar podemos fijarnos en la lista de convocados. 23 jugadores de diferentes comunidades autónomas se dan la mano o el pié, según se mire, para lograr el mismo objetivo, el mismo sueño: hacer ganar a tu equipo, que no es otro que España.

 Aquí y ahora, en el campo de juego y con la selección española jugando un partido, no existen nacionalismos ni política. En el césped todos los jugadores- madrileños, catalanes, vascos, andaluces, castellanos, canarios… tienen una misma identidad, son españoles y defienden con orgullo la bandera a golpe de regate.

Apoyando a la furia española, durante estos días salen a la venta libros sobre la selección, álbumes con estampitas que son devorados por los niños, gorras, camisetas, banderas de España, hasta la bufanda de Manolo el del bombo. Todo, para apoyar a la selección.

Es la fiebre de La Roja, que ha conseguido que los españoles perdamos la vergüenza a exhibir la bandera de España, que ha logrado que este símbolo no tenga más connotaciones que las estrictamente deportivas y que ha conseguido que nos sintamos orgullosos de lucir el rojo y gualda como signo del equipo al que pertenecemos.

Pero La Roja no sólo ha logrado provocar la efervescencia nacional en nuestro país. También es una buena medicina contra la crisis porque por espacio de 90 minutos más el tiempo de descuento te hace olvidar las penas y sumergirte en una marea de emociones, tensión y patriotismo. Y es que durante el tiempo que dura el partido no hay más preocupaciones que el que la pelota entre en la portería, no hay más enfermedad que la lesión que algún jugador pueda sufrir y no hay más problema económico que el de las primas, no las de riesgo sino las que ganarán o perderán los jugadores en función del resultado del partido.

Millones de personas estarán pendientes de las pantallas de televisión para ver jugar a su equipo, para soñar con una victoria que hacer suya, para gritar desaforadamente cuando pierdan y abrazarse al hermano en selección cuando gane. Millones de personas unidas por un balón, ataviadas con el uniforme de su equipo cual jugador en el banquillo, coreando vítores, pitando al árbitro, fotografiando el momento para que quede impreso en el papel igual que está quedando en la retina.

            También es una buena oportunidad para entablar relaciones sociales, estrechar lazos familiares, abrazar, besar o llorar. Todo depende de cómo se desarrolle el partido. Si ganamos, toca celebrar; si perdemos, analizaremos los fallos y debatiremos cuál ha sido el error, aunque siempre nos quedará acordarnos de la madre del árbitro de turno.

            Pero con todo, La Roja está impulsando en nuestra sociedad valores como el compañerismo, el trabajo en equipo, el esfuerzo, la ilusión, la responsabilidad, la vida sana, valores que hoy día parecen perdidos tras una maraña de superficialidad e individualismo pero que están ahí, candentes y que salen a flor de piel cuando juega nuestro equipo. Ese equipo compuesto por héroes del balón, auténticos superhombres para los niños y los no tan niños, que encuentran en ese grupo de hombres un referente, un modelo, un ideal. Hombres que todos querríamos en nuestra familia como hijos, hermanos, maridos, primos o padres. Hombres que son referente de un deporte de pasiones, de una selección con alma.

            Así, gane o pierda esta Eurocopa, La Roja ya ha conseguido su gran triunfo.



                                                                                           

martes, 12 de junio de 2012

LA FELICIDAD





Los sentimientos son algo que une al ser humano más allá de fronteras, razas o creencias. Todos, indefectiblemente, sentimos dolor ante una pérdida, todos amamos y todos reímos. Es algo innato. Y también todos buscamos desesperadamente la felicidad.

 Para alcanzarla cada uno elige su propio camino e inicia una senda de búsqueda en la que las risas forman parte del paisaje, los deseos se convierten en una meta a alcanzar y la esperanza se hace una amiga inseparable.

Todos tenemos derecho a ser felices y nadie nos puede negar ese instante de felicidad en el que por unos segundos te dices a ti mismo “soy feliz”. Suele durar un suspiro que se lleva el viento pero es suficiente para tomar impulso y seguir buscando un nuevo momento de encuentro con ese sentimiento que te hace sonreir al alma.

Un paisaje, una charla amistosa, una mirada, un paseo matutino o una puesta de sol. Puede ser cualquier cosa la que genere esa paz de espíritu y esa reconciliación con la vida. Sin esos pequeños momentos no seríamos nada. No sonreiríamos por dentro y eso se reflejaría fuera, creando seres frustrados, indolentes,anodinos y vacíos.

 Por eso es tan importante cuidar y mimar esas pequeñas cosas que nos hacen felices. Y también ayudar a otros a que lo sean, con gestos, detalles, palabras, comprensión, solidaridad, generosidad…

No es un tópico. Sólo hay que proponérselo y dejar actuar al corazón. El entiende más que las razones, sabe más, siente más.  Dice Paulo Coelho en su libro El Alquimista, “Tu corazón está donde está tu tesoro y es necesario que encuentres tu tesoro para que todo pueda tener sentido”. Y quizá el sentir sea algo que estamos dejando atrás sin pensar que eso es precisamente lo que nos hace ser felices.

La rutina diaria se convierte en la peor de las enemigas, las prisas en desagradable compañía, las discusiones en fuente de enfrentamiento  y el sentido egoísta de poseer la vida de otro nos hace olvidar que la felicidad empieza por uno mismo. Nadie puede hacer feliz a los demás si no ha experimentando antes ese sentimiento de plenitud.

La empatía, el respeto y la tolerancia se hacen entonces presentes para ayudarnos a construir esa felicidad tan ansiada, que se edifica cada día, poquito a poco y que te busca entre las tareas domésticas, los cafés de la oficina, una comida en familia. Entonces hay que retenerla, imprimirla en tu iris para que no se te olvide su fuerza y llevarla retratada en el alma.

Escucha a tu corazón, siente sus latidos, sigue su ritmo, busca en tu interior. El te guiará en esa búsqueda incesante de la felicidad.

Yo lo intento cada día. Parar la vida para oir lo que él me dice. Exprimir cada momento agradable para sentirlo mío. Secuestrar las emociones para que nunca se vayan. Vivir. Vivir intensamente para que no te quede nada por hacer, decir o sentir. Y buscar. Buscar la manera de dejarle un hueco a mi corazón, para que me hable, me aconseje, me guie en el camino. Para que cuando todo acabe  pueda esbozar una sonrisa y decir: “fui feliz”.