martes, 5 de mayo de 2015

LADY TRISTEZA




Qué forma tiene la tristeza. Cuál es la silueta de la melancolía, con su sombra alargada e infinita. A qué huele la pena. Cómo saben las lágrimas. De qué forma se tapona una herida del alma. Y todos te dirán: “Tiempo, Reina, tiempo…”

Un tiempo que es tan etéreo, tan desapegado, tan escurridizo y tan ingrato que se vuelve en tu contra cuando más le necesitas, acelerando las agujas del reloj en los mejores y más inolvidables momentos y paralizándolas cuando más ansias tengas de que los segundos, los minutos, las horas, los días pasen.

Maldito tiempo, maldito espacio, maldita realidad que atenaza el corazón hasta hacerlo trizas. Porque superado el miedo, la angustia, la ansiedad, la frustración y la impotencia queda el poso de la tristeza más mordaz. Lady Tristeza la llamo yo. Esa contra la que no te puedes rebelar porque ya no te quedan fuerzas para luchar. Has agotado tus reservas, todas tus energías. Y ahora solo atiendes a mirar las estrellas, buscar respuestas en la luna y dejar que las cosas sucedan, sin ánimo ni espíritu para intervenir.
Y como un manto oscuro y espeso, Ella, Lady tristeza, te va cubriendo hasta dejarte sin aire, sin luz, sin esperanza, sin futuro.

Entonces, cuando tus ojos no sean más que el espejismo de lo que fueron y trasluzcan la marca de la tristeza más profunda que emana el corazón, te dirán, “Todo pasa, todo llega”. Pero la pena es tuya. Y solo tu sabes cual honda y lastimosa es. Así que bueno es pararse y contemplarse. Mirar hacia dentro y llorar tu tristeza. Dejarla salir. Y que arrastre con ella los lodos.

Y es ahí donde comienza un nuevo camino. Partir de la nada, de las cenizas, de la devastación para resurgir y construir, piedra a piedra, la nueva senda de tu vida.

Tras una tormenta siempre sale el sol. Y saldrá. Pero hasta entonces, resguárdate, cúbrete, aíslate si lo necesitas. Mójate la cara de lluvia, empápate de ella. Grita, pregunta, clama. Siente que ya no tienes nada que esperar ni tampoco nada que perder. Tienes derecho a sentirte mal y puedes hacer cualquier cosa para limpiar de dolor el alma y afrontar un nuevo día con la mirada limpia.

Para ello tendrás que dejar salir todo el dolor, toda la frustración, toda la impotencia, toda la pena que ni siquiera te deja respirar. No aprietes los dientes y deja que fluyan las lágrimas. Ellas te liberaran de ese peso insoportable que te atenaza.

Puedes pensar que has perdido. Permítetelo y perdónate por ello. Acepta y afronta. Respira, respira profundamente, todo lo que puedas. Y después, déjala ir. Porque la tristeza es libre, libre como el viento. Y cuanto más fuerces y la retengas más larga será la agonía.

Despídete. Di adiós con la seguridad de que todo irá mejor. Y así llegará un día en el que te despiertes y tus ojos ya no sean acuosos. Recuperarás la energía y tu sonrisa volverá a tus labios. Todo pasa. Todo llega. Date tiempo. Tu tiempo.


martes, 3 de marzo de 2015

LOBOS






Dedicado a todas las mujeres que han caído en sus garras. Algunas no sobrevivieron. Otras tuvieron más suerte. Pudieron salir del caos y aunque malheridas, siguen con sus vidas. Pero nunca volverán a ser las mismas. Ahora son más fuertes.

Lobos. Lobos bien vestidos y también bien parecidos. Lobos ataviados con piel de caballero, disfrazados de corderos.

Lobos que atisban el gallinero y agazapados acechan rebaños para elegir la mejor pieza. Lobos que sonríen con muecas e inician un baile de seducción que terminará en tragedia. Lobos que esperan el momento propicio para asaltar a su presa y devorarle cuerpo y alma a dentelladas. Lobos con ojos de hombre que miran como una bestia.

Lobos con el aura ennegrecida, llenos de ira y rencor, de complejos y frustraciones. Lobos ávidos de sangre y dolor. Lobos que reinan sobre el sufrimiento y el temor.

Lobos que marcan su territorio, pisan las flores y orinan en la ternura. Lobos que violan la inocencia y convierten las nubes en meros trapos hechos jirones. Lobos que arrastran al infierno, que atrincheran, que asfixian, que rugen de furia. 

Lobos que enloquecen con la luna llena.

Lobos que aíslan y gruñen para atemorizar a sus víctimas y acorralarlas en un círculo vicioso del que les sea muy difícil salir. Lobos impávidos y agrestes frente a sus crías. 

Lobos que salivan ante una sonrisa. Lobos que tras las puertas de lo que se supone un hogar seguro ejercen  su violencia y física y psicológica dejando campos áridos y yermos a su paso.

Lobos que nublan sentidos, destrozan sueños y truncan ilusiones. Lobos que usan su lengua y sus colmillos como finos cuchillos que atraviesan más allá de la piel hasta minar el alma. Lobos caníbales que anulan y se recrean imponiendo su ley, que disfrutan torturando y despellejando a sus víctimas  hasta dejarlas desprovistas de su ser.

Lobos que presumen de vida, cuando se alimentan de la esencia de otros. Lobos que carecen de empatía, que beben del miedo. Lobos que no respetan sexo ni edad, que rezan y se dan golpes de pecho pero que enarbolan su poder empequeñeciendo a los demás. Lobos que ahogan lágrimas con su aullido cruel, que se sienten amos y poderosos ante la manada, que retan a cualquiera que les haga sombra, que destrozan sin piedad a quien ose cuestionar su autoridad.

Lobos que acosan y persiguen sin descanso, que agarrotan y paralizan con sus zarpas. Lobos que te quieren en la sombra y la soledad, que se hacen dueños de tu voluntad y de tu vida. Lobos que hieren y ajan tu espíritu hasta doblegarlo y hacerlo pedazos, que derraman ira, que sudan odio, que vomitan insultos y reproches. 

Lobos sin entrañas.De todas las edades y condición social. Lobos pobres y lobos ricos. Lobos de distinto pelo pero idéntica maldad. Blancos y negros, grises y pardos, pero con los mismos ojos y las mismas fauces. 

Lobos que lejos de estar en peligro de extinción se extienden a lo largo y ancho del mundo, sembrando a su paso la crueldad, dejando cuerpos inertes y almas desgarradas.

Lobos a los que hay que poner coto, a los que hay que dar caza. Lobos a los que hay que desenmascarar, a los que hay que perseguir, a los que hay que enjaular para que ya no puedan seguir mordiendo almas y matando esperanzas y futuro.

Lobos a los que hay que denunciar, que deben ser enfrentados por la sociedad, por las leyes más contundentes y por sus víctimas. Puestos en la picota del delito y la vergüenza. Lobos con los que hay que tener tolerancia 0 y que hay que desterrar de una vez y para siempre.

Todos los días deben ser 25 de noviembre para luchar contra la violencia hacia la mujer.


Porque como dice Bebe en su canción, no se daña a quien se quiere, no.
Eso no es Amor.                                                           
                                                                                                                
                                                                                    ANA GAMERO

jueves, 15 de enero de 2015

El Miedo


El Miedo. Ese sentimiento aterrador que todos traemos en nuestro código genético, esa sensación que experimentamos desde nuestra más tierna infancia, cuando adquirimos conciencia de ser personas y que nos paraliza sin remedio, dejándonos sin voluntad ni capacidad de movimiento.

Y es algo tan innato, tan primitivo, tan intrínseco al ser humano, que resulta difícil desprenderse de él porque ello supondría desprendernos de nuestra coraza y del instinto de supervivencia.

Recuerdo bien cuando era pequeña y me aterraba la oscuridad. Una monja del colegio, que me quería mucho, me recomendó no dejar de cantar durante el trayecto que me separaba del interruptor de la luz. Y cantaba, cantaba, cantaba…

Ahora lo recuerdo con una sonrisa en los labios. Porque con la edad se aprende que aquellos miedos infantiles no eran nada comparados con los miedos de los mayores.

Es la vida la que se encarga de ir atiborrándonos de miedos e ir acumulando mil y un temores que se amontonan en las magníficas mochilas que llevamos a la espalda. Eso, si, perfectamente acolchadas y preparadas para soportar un enorme peso.

Así, vamos alimentando el sistema límbico de nuestro cerebro para “protegernos de las amenazas” a la mínima señal de alarma. Miedo a equivocarnos. Miedo al dolor. Miedo a quedarse solo. Miedo a perder. Miedo a soñar. Miedo a lo desconocido. Miedo a amar. Miedo a avanzar. Miedo a ser nosotros mismos. Miedo incluso a respirar, no vaya a ser que en uno de esos suspiros se desvelen todos nuestros anhelos y frustraciones.


Una vez bajo sus zarpas, ya no tenemos miedo al miedo, porque ya somos parte de él. Nos ha abordado el alma y se ha hecho presa de ella para convertirnos en meras sombras cargadas de ansiedad que desfilan por la vida sin pena ni gloria, avanzando por ella como zombis desprovistos de emociones positivas.

El miedo  nos atenaza, nos gangrena el alma hasta convertirnos en una sombra, un espectro de lo que fuimos. Porque al protegernos con el abrigo del miedo perdemos la esencia y la naturalidad, olvidamos la sonrisa fresca y la mirada sincera. Dejamos de decir lo que pensamos para proferir discursos políticamente correctos y desprovistos de compromiso. Y es que pensamos, - cualquier cosa que diga puede ser utilizada en mi contra-. Cuando lo que realmente conseguimos es cubrir las paredes de nuestro corazón y de nuestra garganta de un moho que al final nos cierra la laringe y nos deja mudos de sentimientos.



Y cuando eso pasa, qué difícil es volver atrás. Limpiar nuestra alma y eliminar tanto miedo acumulado. Quitar tantas y tantas capas de cebolla bien regada, desprendernos de la coraza que con tanto primor hemos endurecido durante años.

Es difícil, pero no imposible. Sólo hay que tener la firme voluntad de dejar atrás tanta chatarra inútil que nos ha generado el miedo, afrontar nuestros temores, plantarles cara y hablarles.

Sí, hablarles, de tú a tú, perderles el respeto y hacerles frente. Porque de otra forma nuestra vida será insulsa y desprovista de todas las maravillosas sensaciones que genera la libertad. 


Romper las cadenas que nos imponen los miedos es empezar a dar nuevos pasos para recuperar la esencia de nuestra existencia, una existencia feliz y ávida de experiencias.

Y sí, es verdad que hay que caer para levantarse. Y hay que conocer el miedo para librarnos de él. Es hora de erguirnos, es hora de levantarnos y mirar al frente. Es hora de vivir. Hay un mundo maravilloso ahí afuera que nos espera y aunque encontremos piedras en el camino, será señal de que avanzamos. Habrá guijarros y espinas pero también rosas. Habrá lágrimas pero también risas. Habrá desilusiones pero también grandes descubrimientos. Y merece la pena correr el riesgo.

Es hora de cerrar la puerta al miedo y abrir de par en par las ventanas a la vida.


                                                                                                    
                                                                                                  ANA GAMERO