Qué distinta se ve la vida según
las etapas que vamos atravesando. En la más tierna infancia soñamos con ser
adultos, nos subimos en tacones y nos pintarrajemos los labios imitando a mamá. Jugamos a ser mayores.
Mayores nos pensamos en la
adolescencia, rebeldes, con ansias de autonomía e independencia, ilusa
seguridad en uno mismo y en la capacidad
de tomar decisiones. Dando los primeros pasos hacia la edad madura, descubriendo
el amor, el sexo, los sabores del alcohol y algún que otro pitillo… ¡Qué grande
es entonces el mundo y cuánto tiempo nos queda por vivir!. Conciertos, locura,
risas, viajes, también fuertes discusiones con nuestros padres. Nos creemos los
amos y exigimos respeto a nuestras decisiones. Nos queda mucho por vivir y aún
así, vivimos deprisa, con ansia.
Lástima que esa edad dorada pase
tan rápido, más rápido de lo que ninguno de nosotros pudo imaginar y entonces
empiece la vida de verdad, la de las responsabilidades, las obligaciones, los
horarios de trabajo y la hipoteca. Ea, ya somos mayores. ¿Y ahora qué?. Ya
tenemos libertad e independencia. ¿Para qué?. Ya no podemos disfrutar de ella
tal y como habíamos pensado… porque
ahora estamos encerrados en un trabajo, en un coche que hay que pagar, una casa
más grande para dar un hogar a la familia que hemos formado…
Los hijos, esos seres que llegan a nuestra
vida y que se hacen dueños de ella, inevitablemente, inexorablemente, esos
vástagos que son nuestra semilla, nuestra aportación al mundo, nuestro legado a
la humanidad para que cuando desaparezcamos, algo de nosotros quede en la
tierra. Y como dice el refrán: ¡planta un árbol, ten un hijo y escribe un
libro!.
Pero sin darnos apenas cuenta, va
pasando la vida… De repente, te sorprendes pensando que ya has vivido casi la
mitad de lo que te queda por vivir, si es que hay suerte. Y entonces es cuando
empiezas a plantearte las cosas de verdad. Y empiezas a valorar los pequeños
detalles, a retener en tu memoria los momentos únicos, porque ya no volverán. Y
a experimentar el momento presente como nunca antes lo habías hecho. También
salta el reloj biológico que te avisa de que tienes tareas pendientes… ¿He
hecho todo aquello que soñaba?, ¿He viajado a aquel lugar al que siempre quise
ir?, ¿Me he bañado desnudo en el mar bajo la luna? O ¿Me he tumbado en el
césped fresco sin pensar en nada más que en dejarme acariciar por el sol?.
Preguntas, preguntas, preguntas
que estamos obligados a contestar, porque nos lo debemos; aunque a estas
alturas ya no vale el “algún día”. Ha llegado el momento de actuar, porque el
tiempo es el único tesoro que tenemos y que se nos desliza entre las manos para
no volver. Así pues, ha llegado el momento de VIVIR, pero de verdad. Bebernos
la vida a sorbos y emborracharnos con ella, gozarla, disfrutarla y apurarla al
máximo. Olvidarnos de la zona de confort y cambiar el chip. Porque por más que
nos empeñemos en ser eternos, somos mortales y nadie hablará de nosotros cuando
hayamos muerto.
¿Para qué entonces amasar dinero
para dejar a unos hijos que luego se destrozaran por cuatro duros?. ¿ Para qué
escriturar propiedades cuando todo se derrumbará?...
Respira, siente la vida y
disfrútala. Eso es lo que te vas a llevar.
Aprende a decir No a lo que
realmente no te apetezca hacer, rescata al niño que hay en ti, recuerda la
mirada de asombro al contemplar por primera vez el mar, atrévete a descubrir o
mejor dicho, redescubrir la vida y empezar a mirar con otros ojos, con ojos
nuevos, con ojos de ilusión y cargados de curiosidad por aprender cosas nuevas.
Aún tenemos una oportunidad para formar parte de la estela de los vivos, porque
de la de los muertos no hay quien no saque.
ANA
GAMERO