Todos, absolutamente todos tenemos una historia que contar,
una memoria que rescatar, unos recuerdos para no olvidar. Historias de cada día
convertidas en pan de oro para quien las ha vivido y atesoradas como vivencias
imperecederas. Porque lo vivido siempre deja rastro, en el corazón, en la
mente, en la intrahistoria de cada uno de nosotros.
Mara era una mujer tímida y algo apática. Parecía cansada.
Sus ojos tristes así lo expresaban y su mirada lánguida delataba que ya no
esperaba nada del mundo.
Había sido una buena hija, una ejemplar hermana y una
dedicada esposa y madre. Pero de eso hace ya mucho tiempo.
Dejaba pasar los días dedicándose a los demás, afanada en las
tareas del hogar y buscando la forma de agradar siempre a los suyos. Siempre
preocupada por todos, menos por sí misma.
Y le iba bien. O eso al menos se repetía una y otra vez,
aunque las constantes depresiones gritaban a los cuatro vientos que había algo
que fallaba en su vida.
Era ella. En el fondo, en lo más recóndito de su alma, sabía
que era ella.

Lo supo el día que conoció a aquel policía.
Parada frente al semáforo en rojo, pensando en sus cosas, no
se dio apenas cuenta de que la luz había pasado a verde. Sólo el sonido de los
cláxones la despertaron de su ensimismamiento. Al avanzar por la avenida, notó
que un coche azul oscuro la seguía de cerca. Al principio le bastó con mirar un
par de veces por el retrovisor, pero poco a poco, metro a metro, los nervios
por la cercana presencia de aquel Audi se empezaron a meter en el estómago. Los
vistazos al espejo se multiplicaron y el miedo hizo presa de ella.
No sabía que podía estar pasando, aunque no sin cierta ironía
se dijo que al menos eso era algo nuevo en su vida.
Siguiente semáforo. El Audi se coloca a su lado.
No quería ni mirar, parecía que le hubieran puesto un
collarín. Pero la curiosidad pudo más que ella. Y volvió la vista.
Fue una auténtica explosión. Sus ojos se cruzaron y ya no se
despegaron. Sin mediar palabra, ni una sola sonrisa. Solo una intensa y
penetrante mirada que la paralizó y la dejó sin aliento.
Nunca le había pasado nada igual. Nunca un semáforo había
tardado tanto en cambiar de color. Nunca había querido permanecer prendida de
unos ojos tanto tiempo.
Iniciada la marcha, se sorprendió cambiando su posición.
Ahora era ella la que le seguía y él el que miraba por el retrovisor.
El corazón le latía con más fuerza que los caballos que
llevaba su coche y su pulso galopaba por caminos que nunca antes había
recorrido.
Dejaban atrás el centro y se adentraban en una zona rural,
con casas repartidas a ambos lados y junto a ellas, esqueletos de invernaderos
que dejaban ver su pasado glorioso.
Se sorprendió sobremanera cuando comprobó que el vehículo al
que sin pensarlo seguía ponía la intermitencia y aminoraba la marcha hasta
parar en una zona de descanso. Y entonces cometió la locura. Y su vida cambió
para siempre. Ella también paró.
Vio como si de una película se tratara como aquellos ojos
tenían piernas que, lentamente, bajaban del coche. Zapatos pulcros, pantalón
con raya perfectamente planchada. Fue subiendo con la mirada. Cinturón negro,
hebilla plateada. Camisa azul. Puños remangados. Cuello abierto. Se fijó en la
hendidura de su garganta y en la piel morena de su rostro. No era guapo. Pero
esos ojos…
Inmovil en el coche, vio cómo él se acercaba y se inclinaba
hasta situarse a la altura de la ventanilla. Entonces, sonrió…
En aquel momento no lo sabía, ni siquiera lo intuía, pero
cuando Mara pulsó el botón que abría el cristal, también destapó la caja de
Pandora de su propia vida.
Juntos iniciaron un recorrido extraordinario por los senderos
de sus cuerpos.
Al principio, él tomo la iniciativa, ávido de probar los
sabores y las esencias de aquella mujer que le había fascinado de un simple
vistazo, cuando rodeaba una rotonda con la mirada perdida, ensimismada y como
perdida.
Mara, tímida y abigarrada, hacía lo posible por mantener la
compostura, evitar que sus piernas temblaran y tratar de no pensar… mente en
blanco, mente en blanco… aquello era una locura… mente en blanco… mente en
blanco…
El contacto de sus manos hizo el milagro y todo su cuerpo
vibró. Se dejó arrastrar por aquella marea de pasión que ni siquiera sabía que
existiese. Cerró los ojos y sintió, como hacía mucho tiempo que no sentía.
Sentía por ella. Para ella. Y gozó.
Solo más tarde sabría que él era policía. Quizá por eso
siempre se sintió segura. La dureza de su profesión contrastaba con la dulzura
de sus caricias y el calor de sus palabras, que salían de sus aterciopelados y
carnosos labios como piel de melocotón.
Los wasap empezaron a circular, las llamadas se hicieron cada
vez más frecuentes y las citas a hurtadillas se convirtieron en ansiadas
aventuras con las que salvarse de la monotonía y la cotidianidad.
Y poco a poco, casi sin darse cuenta, su vida dio un giro
radical. Ya se asomaba al espejo con otra mirada, volvía a sentirse mujer,
querida, deseada. Cada mañana, se sorprendía sonriendo sin razón y esos
ojos, aquellos ojos otrora desprovistos de luz, empezaron a brillar.
Brillaban mientras hacía las tareas del hogar, porque ahora
pensaba en el nuevo reencuentro con aquel hombre que le había devuelto a la
mujer que un día fue. Cantaba en el baño como la sirena que él había visto en
ella y soñaba. Había vuelto a soñar...
La historia que habían iniciado había prendido en su
interior. Ya no era sólo sexo. Y ahí empezaba lo peligroso. Ella se había
convertido en su Nena. El en su Cielo.
Aquella señora resignada a pasar el resto de su vida tal y
como había planeado dejó paso a la mujer apasionada y valiente que dormía en su
interior. Siempre había estado ahí pero las circunstancias la habían
aletargado. El la había despertado y ahora ya sería muy difícil volver a dormir
a aquella chica valiente. Porque si había algo que ahora tenía claro es que ya
no quería volver atrás, costara lo que costara, pagase el precio que pagase. Y
no era por El. Lo hacía por ella.
Poco a poco, su familia comenzó a notar ese cambio de
actitud, a apreciar su alegría en pequeños detalles. Incluso sus amigas
parecieron ponerse de acuerdo para verla más guapa…- Si ellas supieran-,
sonreía Mara para sus adentros.
Lejos de complicarle la existencia, que, para que engañarse,
se la había complicado, aquella relación furtiva le había devuelto a Mara el
respeto a sí misma y le había mostrado el reflejo de su yo verdadero.
Y frente a ese espejo había aparecido la niña sin miedo, la
chica alocada que fue, la Mara valiente,
la mujer apasionada que nunca debió dejar de ser.

Felicidad, qué palabra tan bonita, tan lejana a veces, tan
cercana otras. Tanto, que parecía poder tocarla con la yema de los dedos.
No se arrepentía de aquella locura. Se hubiera arrepentido de
no haberla hecho. Toda la vida.
Vive el momento. Carpe Diem.
ANA GAMERO