lunes, 27 de mayo de 2013

MI PLUMA


La comunicación es algo esencial en la vida del  ser humano, es su forma de conectar con el mundo que le rodea y socializar. Desde los primeros gorjeos, sonrisas y ajos buscamos la conexión con los demás y tratamos de expresar nuestros sentimientos, necesidades y estados de ánimo.

Esa comunicación va evolucionando a medida que crecemos, al igual que los soportes y medios para lograrlo. Porque la necesidad de comunicarnos es infinita e ilimitada durante toda nuestra vida y una herramienta fundamental para la auto-realización personal.

Hay quien encuentra el camino para plasmar su “yo” perfeccionando la comunicación no verbal  a través de la pintura, la escultura, la arquitectura, la alfarería, la fotografía o las manualidades. 

Y hay quien refleja su ser con expresiones tan efímeras y a la vez tan gozosas como la gastronomía y también existen aquellos, que como yo, escupimos en alma a través de la escritura.

No me alcanza la memoria para recordar ese afán mío, más bien la necesidad, de plasmar en una hoja de papel mi esencia.

Primero fueron las poesías, desvencijadas y pueriles sobre un cuaderno azul que adorné con colores. Más tarde llegaron las hojas de papel sueltas y atropelladas como mi adolescencia, en la que cualquier momento era bueno y necesario para dar rienda suelta a la tormenta interior que en mí reinaba.

Diarios secretos, blocs, agendas, incluso las esquinas de los libros que leía en el momento de sentir la urgencia de explotar en letras. Cualquier soporte era apropiado para sacar las palabras que se agolpaban en mi alma.

Y claro, no pude ser otra cosa que Periodista. Lo fui con vocación y por convicción. Y porque no podía, no quería ser nada más que Periodista.

Con mi máquina de escribir a cuestas inicié mis primeras incursiones profesionales en el mundo editorial. Y aquellas teclas… aquellas teclas parecían cobrar vida frente a mí. Y al ritmo del sonido del carrillo llenaban de letras esa hoja de papel vacía y solitaria que ahora, cual mariposa salida de un gusano de seda, era parte de mi ser.

Los tachones y el típex se acabaron con el ordenador, aunque aún guardo con veneración mi primera máquina de escribir. Sigo el mismo método. Abro la página en blanco y la miro. Y entonces, todo fluye. Todo sale. Todo toma forma.

Yo no necesito yoga, ni spas, ni acupuntura. Yo solo preciso escribir. Escribir y liberarme de la carga de sensaciones que inundan mi interior y que cual médico en el siglo de Oro, necesito sangrar y dejar brotar para poder equilibrar mi cuerpo y mi mente.

Es la mejor terapia para buscar en lo más recóndito de mi corazón. Porque escribir es para mí más fácil que hablar y es mi única forma de comunicarme con los demás. Si quieres conocerme, léeme porque  las palabras que salen de mi pluma son genuinamente yo.

Escribo lo que pienso, escribo lo que siento, escribo lo que sueño. Y soy feliz. Porque he encontrado el canal por el que encauzar mi espíritu arrebatado y mis ansias de decir aquellas cosas que no salen de mi garganta.

Quienes me conocen y me quieren me animan a ir más allá. A avanzar en el camino y traspasar las fronteras del artículo sin más para adentrarme en el mundo de la literatura con mayúsculas.

No sé si ese momento ha de llegar, pero como todo en mí, será en el momento menos esperado, el instante en el que ante una hoja blanca comience a brotar una historia del que no aún no sé el argumento ni el final pero que seguro será parte de mí.


ANA GAMERO. 

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