Qué forma tiene la tristeza. Cuál es la silueta de la melancolía,
con su sombra alargada e infinita. A qué huele la pena. Cómo saben las
lágrimas. De qué forma se tapona una herida del alma. Y todos te dirán: “Tiempo, Reina, tiempo…”
Un tiempo que es tan etéreo, tan desapegado, tan escurridizo y
tan ingrato que se vuelve en tu contra cuando más le necesitas, acelerando las
agujas del reloj en los mejores y más inolvidables momentos y paralizándolas cuando
más ansias tengas de que los segundos, los minutos, las horas, los días pasen.
Maldito tiempo, maldito espacio, maldita realidad que atenaza
el corazón hasta hacerlo trizas. Porque superado el miedo, la angustia, la
ansiedad, la frustración y la impotencia queda el poso de la tristeza más
mordaz. Lady Tristeza la llamo yo. Esa contra la que no te puedes rebelar
porque ya no te quedan fuerzas para luchar. Has agotado tus reservas, todas tus
energías. Y ahora solo atiendes a mirar las estrellas, buscar respuestas en la
luna y dejar que las cosas sucedan, sin ánimo ni espíritu para intervenir.
Y como un manto oscuro y espeso, Ella, Lady tristeza, te va
cubriendo hasta dejarte sin aire, sin luz, sin esperanza, sin futuro.
Entonces, cuando tus ojos no sean más que el espejismo de lo
que fueron y trasluzcan la marca de la tristeza más profunda que emana el
corazón, te dirán, “Todo pasa, todo llega”.
Pero la pena es tuya. Y solo tu sabes cual honda y lastimosa es. Así que bueno
es pararse y contemplarse. Mirar hacia dentro y llorar tu tristeza. Dejarla
salir. Y que arrastre con ella los lodos.
Y es ahí donde comienza un nuevo camino. Partir de la nada,
de las cenizas, de la devastación para resurgir y construir, piedra a piedra,
la nueva senda de tu vida.
Tras una tormenta siempre sale el sol. Y saldrá. Pero hasta
entonces, resguárdate, cúbrete, aíslate si lo necesitas. Mójate la cara de
lluvia, empápate de ella. Grita, pregunta, clama. Siente que ya no tienes nada que
esperar ni tampoco nada que perder. Tienes derecho a sentirte mal y puedes
hacer cualquier cosa para limpiar de dolor el alma y afrontar un nuevo día con
la mirada limpia.
Para ello tendrás que dejar salir todo el dolor, toda la frustración,
toda la impotencia, toda la pena que ni siquiera te deja respirar. No aprietes
los dientes y deja que fluyan las lágrimas. Ellas te liberaran de ese peso
insoportable que te atenaza.
Puedes pensar que has perdido. Permítetelo y perdónate por
ello. Acepta y afronta. Respira, respira profundamente, todo lo que puedas. Y después, déjala ir. Porque la tristeza es libre, libre como el viento. Y cuanto
más fuerces y la retengas más larga será la agonía.
Despídete. Di adiós con la seguridad de que todo irá mejor. Y
así llegará un día en el que te despiertes y tus ojos ya no sean acuosos. Recuperarás
la energía y tu sonrisa volverá a tus labios. Todo pasa. Todo llega. Date
tiempo. Tu tiempo.