
Aquella enorme marea humana
políglota y cosmopolita agolpada en la plaza del Ayuntamiento aguardaba ansiosa
el sonido de los cohetes que junto al ¡Gora San Fermín!, ¡Viva San Fermín!,
darían por inauguradas las fiestas.
Y a las 12 en punto, el mundo cambió. Y San Fermín renació.
Todo se tornó entonces aún más rojo. Rojo vida. Rojo como el corazón de los
pamploneses y de aquellos que, como yo, asistíamos emocionados a aquella
explosión de alegría.
Rojo como los rostros tensos de los corredores que hacen
sus carreras en los encierros.
Rojo como la sangre de los astados en el albero
del coso.
Rojo como el Ajoarriero y los pimientos del piquillo que meriendan las
peñas en los toros. Rojo como las mejillas de los niños al ver desfilar a Gigantes,
Kilikis, Zaldikos y Cabezudos.
Rojo como el manto de San Fermín. Rojo como el escudo
de Navarra. Rojo corazón. Rojo pasión.
Rojo San Fermín.
Ana Gamero
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