lunes, 6 de febrero de 2012

LA MARIPOSA ROSA




Todo cuento que se precie debe empezar por el clásico Erase una vez, así que para comenzar con buen pié, asumiremos como propio el Erase una vez…

Mi historia es la historia de una mariposa. Nació, como todas, de un huevo y tras pasar por su etapa de oruga en el pequeño mundo que la protegía, experimentó una gran metamorfosis y se transformó en crisálida en la que ya como adulta despuntó por su belleza, gracia y elegancia. Vivía en un bosque mágico en el que el sol se colaba por las rendijas de los árboles y las flores multicolores  extendían su manto por doquier.

La mariposa, que se llamaba Rosa, volaba y volaba libando el néctar de las flores, rodeada de calor y comodidad. Coexistía acariciada por las ramas, protegida por las rocas, refrescada por el  arroyo que circundaba su hábitat.

Así transcurría una vida apacible y programada hasta que un día la mariposa Rosa miró más allá. Levantó las antenas y quiso elevarse para ver el mundo. Y voló. Y ascendió hasta alcanzar las copas de los árboles y entonces lo vio. Un horizonte inmenso por explorar, hermoso y cargado de misterios.

Y la mariposa Rosa decidió que quería ver el mundo, conocer a otras mariposas, posarse en otras flores, beber de otras fuentes. Voló y voló y voló y aprendió muchas cosas durante su largo viaje y cuando estuvo colmada de experiencias, inició el regreso al hogar, de nuevo al amparo de su comunidad.

Narró a sus compañeras lepidópteras las mil y una experiencias vividas y se dispuso a ser una buena mariposa, una mariposa que fuera lo que se esperaba de ella. Y es que según lo establecido por su sociedad, al crecer una mariposa debe dejar de volar sin ton ni son, debe fijar su rumbo y seguir el objetivo de poner huevos y formar nuevas larvas.

Fue tanto el empeño que puso en esta tarea la mariposa Rosa, que incluso se olvidó de soñar, guardó sus deseos en un cofre con forma de nuez, puso a hibernar sus sentimientos y se olvidó de  sí misma, de cuidar sus alas, de avivar los colores a fuerza de retos e ilusión. Se dio a los demás y su vuelo se volvió lánguido y rasante, sin aspavientos, alejado de cualquier pirueta y desprovisto ya del entusiasmo que tanto la caracterizó.

Pero un buen día, algo la despertó de su maduro letargo. Un viento huracanado se levantó en su interior,  su sueño se agitó y entonces un arco iris de color inundó su corazón. Era ella, Rosa, la mariposa. Siempre había estado allí y redescubrió que bajo la apariencia que se había pegado como una segunda piel en su abdomen con el paso de los años, seguía latente esa pequeña rebelde que tanta curiosidad tenía por la vida y que con tanto énfasis abordaba cada nueva experiencia y aventura.

Las alas volvieron entonces a recobrar su brillo y aquellos colores crisálidos con los que la naturaleza la doto y retomo los vuelos de reconocimiento. Subía a las alturas para después iniciar el descenso en picado a sabiendas de que esa sensación indescriptible en la que se cruza el miedo con la pasión y la adrenalina dura solo unos segundos. Sin embargo, algo en su interior se removía desvelándole el sentido de su efímera  vida.

Porque tal y como aprendió la mariposa Rosa, no se puede hacer feliz a los demás si uno no es feliz antes. Y solo lo conseguiremos si cada uno de nosotros miramos en nuestro interior, desciframos nuestro destino y buscamos la manera de hacer realidad nuestros sueños.
                                                        

2 comentarios:

  1. lo cierto es que por mucho que intentemos que el tiempo no modifique nuestro status...no lo conseguimos...cierto es que la rutina es mala...pero a veces los cambios radicales acaban con los colores de las bellas mariposas....bello cuento amiga...un beso

    ResponderEliminar
  2. Como dice el refrán, en el término medio está la virtud. Ni una rutina "horribilis" ni un cambio radical. Pero yo soy de las que apuesto por hacer incursiones porque con cada cosa nueva que veo y aprendo mis colores se reavivan. Un beso, amigo

    ResponderEliminar