
No entiendo
pues porque se dice que somos el “sexo débil”. ¿Débil de qué?. Si en cada época
de la humanidad hemos sido los pilares y resortes de una sociedad cambiante y
en constante evolución. De hecho, durante los primeros pasos del ser humano se
establecían matriarcados en los poblados, un sistema que aún hoy perdura en
muchas tribus del mundo y que secretamente sigue imperando en muchos hogares.
Cierto es que
el pensamiento machista y dominador del hombre, aderezado con dogmas religiosos
y consignas políticas, nos sometieron durante siglos y nos retrotrajeron a un
segundo plano, pero incluso ahí, en aquel pequeño rincón oscuro al que nos
condenaron, fuimos capaces de forjar a grandes hombres y mujeres, gestionar la
economía de nuestro micromundo y buscar fórmulas para pasar nuestros ratos de ocio.
Y quizá por
esta presión a la que durante siglos nos vimos sometidas, las mujeres
aprendimos a valernos por nosotras mismas, a encontrar nuestro espacio y a beber
a pequeños sorbos la felicidad.
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Hoy día,
aunque nos faltan por conquistar las cotas aún vetadas por intereses cercanos
al poder, podemos decir que estamos ram con ram. Hemos aprendido a
compatibilizar. A sacar tiempo de donde no lo hay. A poner una gran sonrisa a nuestros
hijos aunque lleguemos agotadas de trabajar.
Nos hemos
calzado los tacones y a la vez nos hemos puesto el casco de obra. Hemos
desarrollado el don de la ubicuidad. Hemos aprendido a ser ambidiestras y
salimos cada día a comernos el mundo.
Y todo, con
los labios pintados de rojo carmín.