¿Qué es un corazón?. Un órgano interno que se encarga de impulsar
la sangre por todo el cuerpo, el motor de nuestro chasis, el impulsor de
nuestra vida. Y como tal elemento imprescindible en nuestra existencia, en el
sentido más físico de la palabra, se alza también como conductor de impulsos, instigador
de sentimientos y sufridor de nuestras desdichas, en el aspecto emocional y
metafísico del concepto.
Con él amamos, intensamente,
apasionadamente, ciegamente, alocadamente, provocando aceleraciones en nuestro
pulso, enrojecimiento de la piel, ceguera absoluta e hiperventilación frente a
otro corazón. Entonces todo se vuelve maravilloso y el mundo adquiere un color
especial. La sonrisa bobalicona se asoma a nuestro rostro y todas las canciones
engendran palpitaciones irremediables.
Con su estado de excitación
nuestro cuerpo reacciona cual marioneta que él maneja a su antojo, dejándonos
huérfanos de voluntad, desprovistos del sentido de la lógica, alejados de la
realidad. Pero el muy bandido lo envuelve en un halo de entusiasmo, excitación
y embelesamiento que nos impide ver la auténtica medida de las cosas, la
objetividad de las situaciones y el escenario en el que nos movemos.
Y cuando se cierra el telón y la
obra de teatro llega a su fin la realidad se impone y llega la oscuridad.
Entonces ese motor de nuestro día a día se ralentiza, se apelmaza y se repliega
para convertirse en tan solo una verruga que late pero que no siente. Respiras,
caminas, comes y duermes pero él no te ayuda. Te pesa sobremanera, te arrastra
a la tristeza más profunda. Te condena al ostracismo y a la invisibilidad y te
desgarra el alma.
En ese momento el cielo se vuelve
gris, las lágrimas sustituyen a las
sonrisas ilusionadas y a los suspiros robados. Los ojos dejan de brillar y la
mirada se pierde en un marasmo de infelicidad. Dejamos de navegar bajo el sol,
al suave ritmo de las olas y nos embarcamos en un cayuco sin esperanza, jaleado
por la tormenta y el desasosiego. Sin ilusiones. Sin tierra a la vista.
Y todo, movido por ese pequeño
ser que tiene vida propia y que nos acerca o nos aleja de la felicidad a su
antojo. Química, lo llaman. Que dicen que sale del cerebro pero que encuentra
su caldo de cultivo en el corazón. República independiente en nuestro cuerpo,
en nuestra alma, en nuestro ser, que va por libre y nos impide ser nosotros
mismos y actuar con cordura e independencia.
Maldito corazón. Bendito corazón.
Eh ahí la cuestión. La que no podemos dilucidar ni comprender. La que no nos
atrevemos ni siquiera a plantear porque todos perseguimos su bienestar pero
pocos medimos las consecuencias de entregarnos a sus caprichos.
Respirar, respirar, respirar… Un
ejercicio tan automático y reflejo se hace a veces tan difícil cuando nuestro
amigo entra en juego, que en ocasiones se te hace casi imposible inspirar una
vez más, seguir con tu vida, olvidar y dejar de soñar.
Son las traiciones de un corazón
caprichoso el que albergamos, que se mueve a su propio ritmo sin contar con
nosotros y que nos da una de cal y otra de arena insuflando una mezcla de
ilusión y desazón que en ocasiones provoca el caos en nuestro universo.
Ay corazón, ¿Por qué no le haces
caso a la razón?. Ella sabe, entiende, dilucida, analiza y piensa en qué es lo
mejor. Ay corazón ¿Por qué eres tan rebelde? ¿No ves que en ocasiones, detrás
del Oasis, sólo existe el desierto?. ¿No entiendes que después de las mariposas
y la montaña rusa de emociones te quedas sin fichas? Y entonces toca lamerse
las heridas, sanar ese corazón roto y anestesiarlo para que no sufra más de lo
necesario.
Pero un día, sin quererlo, sin
pretenderlo, sin buscarlo y como por arte de magia, un clik hará saltar de
nuevo el resorte que conseguirá que vuelva a latir con fuerza. Y entonces la
locura volverá a comenzar… Ay Corazón, que difícil es vivir contigo. Cuál
imposible es no hacerlo.
ANA
GAMERO