jueves, 2 de febrero de 2012

EL PASO DEL ECUADOR

Escribir es mi psicoterapia perfecta, mi forma de expresarme, mi manera de gritar al mundo mis sentimientos, mis reflexiones, mis paranoias. Pensamientos que atraviesan mi mente y que fijo sobre el papel para que no se escapen. Recuerdos que vuelven para revivir momentos importantes de la vida y que merecen la pena ser narrados, al menos para mí.

Porque todos tenemos una faceta narcisista y egocéntrica que nos hace creernos el centro del mundo y pensar que nuestra historia, nuestra biografía debe ser contada. Los escritores tenemos ciertamente exacerbada esta afición del ser humano al yo mismo, nuestro mejor equipo.

Y heme aquí que me encuentro en esa tesitura en la que no dejo de pensar en mi vida, la vivida, y en mi particular paso del Ecuador por ella. He llegado a ese momento en el que he tomado conciencia de los años que han pasado, volando, y una sensación de vértigo se ha apoderado de mí.

He sentido un pellizco en el estómago al pensar en el camino que ya he recorrido, la gente que he conocido, las experiencias que he vivido, las fiestas de las que he disfrutado y las penas que he llorado, las menos.

El tiempo pasa pero yo no me había enterado, hasta ahora. Soy yo esa que ya tiene amigas “desde hace 25 años”, esa cuya promoción universitaria se prepara para celebrar “el 20 aniversario”, esa que está reencontrando en facebook amistades de pubertad, esa que reconoce a sus compañeras de colegio en los rostros de las hijas de aquellas. Y no me gusta.

Hasta ahora yo había pensado en mi misma como la joven llena de energía y proyectos que ha tenido experiencias vitales que no cambiaría, como de hecho no las cambio, pero mi auto-imagen ha cambiado. Me lo constató un maldito cajero de Mercadona hace unos días, cuando al pasar por la cinta la compra diaria me dijo muy sonriente: - “Gracias, Señora”- . ¿Señora? ¿Pero este de qué va?- pensé yo indignada y dolida por lo que yo entendí como una ofensa. La confirmación de que mi edad del pavo ya pasó hace mucho llegó cuando al preguntar a la hija de mi amiga si conocía a Hombres G me preguntó muy seria: ¿Quién?. ¡ Quién! , dije yo, pues esos con los que hemos crecido millones de niñas, esos chicos de pantalón pescador y calcetines blancos con los que reímos, lloramos, nos enamoramos y saltamos como locas al ritmo de `Venecia´o `Sufre Mamón´. Y para terminar de hacerme caer en la cuenta de mi edad me estoy encontrando con antiguos amigos y conocidos de esos que dices “me suena su cara” y luego resulta que fue compañero de juergas y buzón de secretos de juventud. Y dices:

¿ Cómo he podido olvidarlo? Y tú sólo te contestas: “Es que hace ya dos décadas de todo aquello”. Y entonces esa sensación de malestar en el estómago se vuelve a adueñar de mis tripas.

Lo peor de todo este discurso conmigo misma es que si lo lee alguien de menor edad no entenderá de qué hablo y si por el contrario me sigue una persona más mayor se indignará ante mi casi depresión de los casi cuarenta y deseará tenerlos él una vez más. Vamos, que nadie me entenderá salvo que esté pasando por esta misma situación. El no saber si uno está en la franja de edad joven o en la de mayor. En esa edad en la que mirar atrás empieza a ser demasiado lejos y mirar hacia delante se presenta con cierto temor. Esa edad en la que sentimientos como el miedo a la muerte se hacen presentes en tu mente y la idea de hacer testamento “por si acaso” se te aparece de repente. Esa edad en la que los planes de futuro van siendo difusos y empezamos a pensar más en el presente.

Porque no se puede vivir de las rentas del pasado, por muy glorioso que este haya sido, como tampoco se debe esperar en el futuro. Hay que vivir el ahora, el momento, nuestro particular Carpe Diem, porque solo así exprimirás la vida como si fuese tu último día.

Aún así no puedo evitar reflexionar sobre mi propia historia y al hacer el balance de mi particular paso del Ecuador, una sonrisa se adueña de mi corazón: he sido feliz, muy feliz. He reído, he bailado, he disfrutado de mis mejores años llevando como compañeros de camino a una familia estupenda, magníficos amigos y experiencias inolvidables, lo cual provoca en mí cierta morriña que sin embargo me empeño en desterrar. Porque quiero convencerme de que aún quedan muchas cosas bellas que vivir, muchas sensaciones que experimentar, muchas sorpresas por descubrir. Pero esa es otra historia que hasta dentro de otros cuantos años no os contaré…



                                                                                              ANA GAMERO.

2 comentarios:

  1. Tengamos la edad que tengamos, la vida nos enseña que tenemos que vivir hoy porque sobre ayer ni podemos decidir ni podemos cambiar nada y sobre mañana sólo queda la incertidumbre. La sensacón "de vejez" sólo está en la mente de cada uno y lo que conozco de ti está muy lejos de eso. Incansable, inconformista, guerrera, divertida, madre, esposa, amiga y hasta niña pequeña que desea que estén pendiente de ella y se pone diademas infantiles. No pienses ni en ayer ni en mañana. Tú me lo dices muchas veces Carpe Diem. Todavía me faltan por leer dos de tus entradas, no me olvido. Ya sabes que me gusta hacerlo cuando encuentro un hueco para disfrutar de tus palabras.

    ResponderEliminar
  2. la vida pasa aunque no queramos...ocurre siempre que pensamos que esa arruga no aparecerá....lo malo es obsesionarse...se de personas --muy cercanas, por cierto - que esto del devenir del tiempo lo llevan muy mal...incluso piensan que cambiando lo que tienen a su alrededor cambian algo, y lo único que tienen es un no-reconocimiento de la realidad...lo peor está por llegar... y llega casi sin querer

    ResponderEliminar