sábado, 7 de abril de 2012

PASAJE A LA INDIA

Sabía que me gustaría porque siempre he querido ir. Algo en mi interior me decía que tenía que conocer la India, un país muy lejano del que nada sabía y que sin embargo, me moría por visitar. Hasta que un día, al fin, sin preverlo, surgió mi oportunidad.

Subí al avión como un niño el día de Reyes Magos. No podía borrar la sonrisa de mi rostro y el estómago me bailaba. De hecho, durante el día entero de viaje no dejaron de moverse las mariposas en mi interior. Hasta que al fin llegué…

Era una mañana clara aunque la bruma de la polución de Delhi se dejaba notar. Pero no me importó. La ventana del autobús que nos habría de llevar al Hotel fue para mí el primer escaparate de una ciudad que con 21 millones de habitantes se me presentaba como mágica y llena de vida.

Y no me equivoqué. Porque esa urbe que amanecía con el día prometía mostrarme otro mundo, otra forma de entender la vida, otro concepto de la civilización.

Así, tras recibir nuestro collar de flores naturales junto con el Bindi, el punto rojo hindú que te colocan en la frente y el siempre amable “Namaste”, que suelen utilizar los hindúes para saludar y agradecer, me sumergí en un país asiático que me cautivó a simple vista y me hizo plantearme mi vida, colmada de stress, necesidades materiales y valores olvidados.




Al recorrer a pie las calles de Delhi pude codearme con la pobreza y con niños sucios y harapientos, aunque cuando mis ojos se paraban en ellos, solo veía una mirada clara y una sonrisa limpia. Pude viajar en el tiempo y ser testigo de tratos en la calle, comercio artesanal, restaurantes ambulantes, barberos apostados a pie de acera, gurús meditando sobre un árbol… Todo era magistralmente onírico y yo no podía dejar de soñar despierta.

Me divertí viendo a grupos de 15 niños amontonados en el transporte escolar, un rick-shaw en el que el motor eran las piernas de un hombre pedaleando, el techo una lona descolorida y agujereada y las manitas agarradas a la barra servían de cinturón de seguridad. Todos ellos reían con esos dientes blanquísimos y nos miraban curiosos y divertidos, atentos a nuestras cámaras de fotos.

Solo una cosa les hacía iguales a los niños occidentales: la inocencia. Esa inocencia que les hace únicos en cualquier parte del mundo. Incluso en el centro de la Misión de la  Madre Teresa de Calcuta que pude visitar en Agra sigue brillando esa luz que tiene toda mirada infantil, ajena a la pobreza, a la necesidad, a las dificultades de una sociedad marcada por las castas. Sólo entienden de sonrisas, de canciones, de caramelos y de amor, de abrazos y caricias que dejaron en mi alma una huella imborrable.

Mis primeras impresiones sobre la esencia de aquel país lejano quedaron constatadas a cada paso que daba por aquellas calles caóticas, sucias y masificadas, pobladas de monos que danzaban por entre los miles de cables que cruzaban las casas. Una ciudad en la que el aroma a especies lo inundaba todo, el ruido de los cláxones de los vehículos era la banda sonora y el bolliwood el sueño hindú.

Y todo ello contrastaba con la calma que se respira en sus templos, ya sean hindúes, sij o musulmanes.  Con La majestuosidad de sus palacios. Con la magnificencia del fuerte rojo de Agra. Con el silencio de la ciudad abandonada de Sikri. Con la incomparable arquitectura del fuerte Amber, en Jaipur. Con La belleza que reina en sus verdes campos, plagados de trigo y mostaza. Con La sobriedad de sus monumentos funerarios, llamados Cenotafios, erigidos en honor de los Maharajás y sobre todo, con la grandiosidad del Taj Majal, la fiel representación del amor hecho monumento.

Esa belleza sin igual va intrínsecamente unida al ambiente, a los aromas a sándalo, albahaca – planta sagrada para los hindúes- y las especias, a los camellos y elefantes que recorren las carreteras cercanas a Jaipur, a las vacas sagradas que pacen tranquilas por las calles de Mathura, en el margen del río Yamuna, al simpar colorido de los saris de las mujeres, a las maravillosas puestas de sol que pude ver en el Rajasthán, que significa Tierra de Reyes…

Y me enamoré perdidamente. La India conquistó mi corazón y supe que si creyera en la reencarnación, mi próxima vida querría vivirla allí, con sus gentes, con su filosofía del buen Karma, con su modo de entender la vida y que ellos te resumen en un “Vive y deja vivir”.


Una sociedad cuya razón de ser es el respeto a las tradiciones milenarias, a los valores de la familia, a la obediencia y cuidado de los padres y abuelos, el amor entendido en su expresión más espiritual sin dejar de lado el Kama Sutra y la muerte vista como una búsqueda del Nirvana.

 Y todo, bajo los dictados de una religión, el hinduismo, que envuelve a toda una sociedad marcada por los Dioses y sus aventuras, que son narradas, generación tras generación, desde el inicio de los tiempos y que aunque no lo parezca, tienen muchísimas similitudes con nuestra historia sagrada. Ellos hablan de Brahma, el Dios creador,  Krisna, Shiva, Bishnú, Ganesha, Sarasati y con ellos miles de dioses encargados de velar por el día a día de sus siervos. Nosotros hablamos de Dios padre, Jesús y los apóstoles. No importa cómo se llamen si todos predican el bien, la verdad, la caridad y el amor…

Pero a diferencia de nosotros, los hindúes han seguido los preceptos de su religión, haciendo de ella casi la norma fundamental del estado. Así, han seguido manteniendo sus tradiciones, guardando sus costumbres, respetando su cultura mientras que nosotros andamos perdidos en la civilización, imbuidos por el desarrollo, acelerados con el stress y obsesionados con el tener en vez de con el ser.

Y todo eso condiciona a una sociedad hasta convertirla en el pueblo tranquilo que es el hindú o la vorágine en la que nos hemos convertido nosotros.

Entonces empecé a pensar: ¿ Quiénes son más felices, los hindúes, que aparentemente no tienen nada, o nosotros, que disfrutamos de todo lo material olvidando lo verdaderamente importante?.

Por eso he decidido que si bien no puedo cambiar este loco mundo nuestro sí puedo cambiar mi vida. Quiero apuntarme a clases de Yoga, para buscarme a mí misma dentro, que no fuera. Me he autoimpuesto no correr más de lo necesario y dejar jugar a mis hijos en el suelo sin miedo a que se ensucien. He pensado en ser más feliz con menos. Y he puesto una hucha. En ella, euro a euro, iré metiendo ilusiones, esperanzas y sueños, que tomarán sentido en forma de un nuevo Pasaje a la India.



                                                          








6 comentarios:

  1. Deja que sea yo quien te regale esa hucha donde soñar y proponerte retos. Tú bien sabes que lo material no sirve de nada. Allí en la India, donde aparentemente todo es caos y pobreza, existen interiores llenos de armonía, de eso que nos falta en los países "desarrollados".
    Hoy conduciendo por la carretera de Jerez y con mi padre en el coche me ha contado que iba en bici a todas las fincas de por allí a buscar trabajo: labrar el campo, coger algodón, recolectar la siembra. ..O de cuando las personas mayores no aguantaban el camino cuando había levante y con una guita, amarraban sus bicicletas para aliviarles el camino. Esas palabras estaban llena de ilusión. Una infancia pobre pero llena de alegría, de esa que nos falta a la mayoría por no ser capaces de colmar nuestras vidas de detalles sencillos, como el gesto de dedicarme tu entrada a mí. Yo también quiero ir a la India...y a Miconos o cualquier otro lugar contigo. Me encantaría hacer un viaje Pin y Pon.

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    1. Y lo haremos Pon, no dudes que lo haremos. Y luego lo describiremos en nuestros respectivos blogs.

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  2. Un viaje que tengo pendiente, y que posiblemente realizaré tarde o temprano. De momento me quedo con la esencia de todas esas emociones que han despertado en ti ese viaje, me las quedo secuestradas hasta el día que yo pueda tener las mías propias.
    Un abrazo amiga.

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    1. Pues como yo ya he ido y lo conozco, me ofrezco para ejercer de Cicerón y enseñarte las maravillas de la India. Eso, o me meto en tu mochila, jajaja.
      Beso grande.

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  3. Hola!!encantada de conocer tu Blog y por supuesto el viaje a la India, que bien explicado esta!!ENHORABUENA POR EL POST!
    Besitos desde ...

    www.preppyandpretty.com

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    1. Hola Beatrice. La encantada soy yo de que te haya gustado mi entrada.Dicen que la India no deja indiferente a nadie. O te horroriza o te enamora. Y yo he tenido un flechazo espiritual con su cultura, su gente y su espiritualidad... y por mucho que quiera explicarlo con palabras, no hay nada comparable a un atardecer en el Tal Majal.
      Besos.

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