Ya está aquí. Ya empezó. La Eurocopa de Fútbol ha llegado
y con él, todo un inicio de temporada estival repleta de televisores con una
única programación, horas de vacío en las calles y reuniones de amigos y
familiares para ver el partido de rigor. Fútbol, fútbol, fútbol. Eso es lo que
toca, aunque sí miramos más allá del césped, más allá del banquillo o de la
tribuna, encontraremos más, mucho más que simple fútbol.
Para
empezar podemos fijarnos en la lista de convocados. 23 jugadores de diferentes
comunidades autónomas se dan la mano o el pié, según se mire, para lograr el
mismo objetivo, el mismo sueño: hacer ganar a tu equipo, que no es otro que
España.
Aquí y ahora,
en el campo de juego y con la selección española jugando un partido, no existen
nacionalismos ni política. En el césped todos los jugadores- madrileños,
catalanes, vascos, andaluces, castellanos, canarios… tienen una misma
identidad, son españoles y defienden con orgullo la bandera a golpe de regate.
Apoyando a la furia española, durante estos días salen
a la venta libros sobre la selección, álbumes con estampitas que son devorados
por los niños, gorras, camisetas, banderas de España, hasta la bufanda de
Manolo el del bombo. Todo, para apoyar a la selección.
Es la fiebre de La Roja , que ha conseguido que los españoles
perdamos la vergüenza a exhibir la bandera de España, que ha logrado que este
símbolo no tenga más connotaciones que las estrictamente deportivas y que ha
conseguido que nos sintamos orgullosos de lucir el rojo y gualda como signo del
equipo al que pertenecemos.
Pero La
Roja no sólo ha logrado provocar la efervescencia nacional en
nuestro país. También es una buena medicina contra la crisis porque por espacio
de 90 minutos más el tiempo de descuento te hace olvidar las penas y sumergirte
en una marea de emociones, tensión y patriotismo. Y es que durante el tiempo
que dura el partido no hay más preocupaciones que el que la pelota entre en la
portería, no hay más enfermedad que la lesión que algún jugador pueda sufrir y
no hay más problema económico que el de las primas, no las de riesgo sino las
que ganarán o perderán los jugadores en función del resultado del partido.
Millones de personas estarán pendientes de las
pantallas de televisión para ver jugar a su equipo, para soñar con una victoria
que hacer suya, para gritar desaforadamente cuando pierdan y abrazarse al
hermano en selección cuando gane. Millones de personas unidas por un balón,
ataviadas con el uniforme de su equipo cual jugador en el banquillo, coreando
vítores, pitando al árbitro, fotografiando el momento para que quede impreso en
el papel igual que está quedando en la retina.
También es una buena oportunidad
para entablar relaciones sociales, estrechar lazos familiares, abrazar, besar o
llorar. Todo depende de cómo se desarrolle el partido. Si ganamos, toca
celebrar; si perdemos, analizaremos los fallos y debatiremos cuál ha sido el
error, aunque siempre nos quedará acordarnos de la madre del árbitro de turno.
Pero con todo, La Roja está impulsando en
nuestra sociedad valores como el compañerismo, el trabajo en equipo, el
esfuerzo, la ilusión, la responsabilidad, la vida sana, valores que hoy día
parecen perdidos tras una maraña de superficialidad e individualismo pero que
están ahí, candentes y que salen a flor de piel cuando juega nuestro equipo.
Ese equipo compuesto por héroes del balón, auténticos superhombres para los
niños y los no tan niños, que encuentran en ese grupo de hombres un referente,
un modelo, un ideal. Hombres que todos querríamos en nuestra familia como
hijos, hermanos, maridos, primos o padres. Hombres que son referente de un
deporte de pasiones, de una selección con alma.
Así, gane o pierda esta Eurocopa, La Roja ya ha conseguido su gran
triunfo.
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