Los sentimientos son
algo que une al ser humano más allá de fronteras, razas o creencias. Todos,
indefectiblemente, sentimos dolor ante una pérdida, todos amamos y todos
reímos. Es algo innato. Y también todos buscamos desesperadamente la felicidad.
Para alcanzarla cada uno elige su propio
camino e inicia una senda de búsqueda en la que las risas forman parte del
paisaje, los deseos se convierten en una meta a alcanzar y la esperanza se hace
una amiga inseparable.
Todos tenemos derecho a
ser felices y nadie nos puede negar ese instante de felicidad en el que por
unos segundos te dices a ti mismo “soy feliz”. Suele durar un suspiro que se
lleva el viento pero es suficiente para tomar impulso y seguir buscando un
nuevo momento de encuentro con ese sentimiento que te hace sonreir al alma.
Un paisaje, una charla
amistosa, una mirada, un paseo matutino o una puesta de sol. Puede ser
cualquier cosa la que genere esa paz de espíritu y esa reconciliación con la
vida. Sin esos pequeños momentos no seríamos nada. No sonreiríamos por dentro y
eso se reflejaría fuera, creando seres frustrados, indolentes,anodinos y
vacíos.
Por eso es tan importante cuidar y mimar esas
pequeñas cosas que nos hacen felices. Y también ayudar a otros a que lo sean,
con gestos, detalles, palabras, comprensión, solidaridad, generosidad…
No es un tópico. Sólo
hay que proponérselo y dejar actuar al corazón. El entiende más que las
razones, sabe más, siente más. Dice
Paulo Coelho en su libro El Alquimista, “Tu
corazón está donde está tu tesoro y es necesario que encuentres tu tesoro para
que todo pueda tener sentido”. Y quizá el sentir sea algo que estamos
dejando atrás sin pensar que eso es precisamente lo que nos hace ser felices.
La rutina diaria se
convierte en la peor de las enemigas, las prisas en desagradable compañía, las
discusiones en fuente de enfrentamiento y el sentido egoísta de poseer la vida de otro
nos hace olvidar que la felicidad empieza por uno mismo. Nadie puede hacer
feliz a los demás si no ha experimentando antes ese sentimiento de plenitud.
La empatía, el respeto
y la tolerancia se hacen entonces presentes para ayudarnos a construir esa
felicidad tan ansiada, que se edifica cada día, poquito a poco y que te busca
entre las tareas domésticas, los cafés de la oficina, una comida en familia.
Entonces hay que retenerla, imprimirla en tu iris para que no se te olvide su
fuerza y llevarla retratada en el alma.
Escucha a tu corazón,
siente sus latidos, sigue su ritmo, busca en tu interior. El te guiará en esa
búsqueda incesante de la felicidad.
Yo lo intento cada día.
Parar la vida para oir lo que él me dice. Exprimir cada momento agradable para
sentirlo mío. Secuestrar las emociones para que nunca se vayan. Vivir. Vivir
intensamente para que no te quede nada por hacer, decir o sentir. Y buscar.
Buscar la manera de dejarle un hueco a mi corazón, para que me hable, me
aconseje, me guie en el camino. Para que cuando todo acabe pueda esbozar una sonrisa y decir: “fui
feliz”.
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