Mis reflexiones comienzan esta vez con preguntas. ¿Qué hacer cuando el velo de la madurez nos impide ver la autentica esencia de la vida?, ¿ Cómo recuperar a ese niño que todos llevamos dentro y que un halo de responsabilidades adquiridas y autoimpuestas nubla nuestra capacidad para ver más allá de lo que aparentemente se presenta ante nuestros ojos?.
Paco, mi
amigo Paco, me ha indicado el camino para hacerlo.
Le conocí hace ya casi diez años. Nuestras miradas se
encontraron frente a frente en una aséptica consulta de pediatría en la que el
amor irradiaba de dos cochecitos a nuestro lado, donde nuestros bebés apenas habían
nacido al mundo. Su mirada hacia ese pequeño, tan pequeño, me cautivó y me hizo
saber, casi de inmediato, que este era un tipo muy especial.
El destino y la casualidad quisieron que nuestros hijos
coincidieran en la guardería primero y el colegio después. Y fue aquí, pasado
el tiempo, donde constaté que mi instinto no me había fallado. Paco era
realmente una persona diferente, siempre sonriente, siempre amable, siempre
feliz. Me preguntaba cómo era posible
que este hombre nunca tuviera un mal día, nunca una mala palabra, nunca un
gesto contrariado. Y un día descubrí su secreto: El trabajaba para ser feliz.
Con la sensibilidad que solo un artista puede tener, con un
pincel que plasma un inconmensurable mundo interior, Paco quiso transgredir las
leyes que rigen a la sociedad actual y junto a su pintura, se embarcó en un
proyecto revolucionario y al mismo tiempo tan simple como la vida misma: La
Universidad Emocional, un proyecto que pretende rescatar al hombre de sí mismo
y sacarlo de la ruleta de Hamster en la se ha imbuido.
Y es que el ser humano ha perdido en el camino la capacidad
para emocionarse, la ilusión por las pequeñas cosas que al final resultan
esenciales para encontrar la felicidad, el espíritu libre que hace de los niños
esos seres especiales que tanto adoramos.
En nuestro afán por competir, por lograr el éxito, por
posicionarnos en los primeros puestos de la sociedad a nivel económico y
profesional hemos dejado atrás, muy lejos, demasiado, a esos niños que fuimos
un día.
Ya no tenemos la mirada limpia, inocente y tierna de antaño.
Y como los niños perdidos de Peter Pan, hemos olvidado la espontaneidad, la fantasía
y la capacidad de sorpresa en algún baúl sellado con el lacre de la
madurez.
Los temores se han hecho un hueco en nuestros corazones, el
sentido del ridículo se ha apoderado de nosotros y las heridas de guerra
provocadas por la vida han dejado cicatrices en nuestra alma.
Los prejuicios han ganado la batalla a la inocencia y la
mirada limpia del niño que alguna vez fuimos, la sobriedad se ha impuesto a la
frescura y la imaginación y la alegría tiene ya otras prioridades y exigencias.
Por eso somos infelices. Y por eso al recapacitar sobre ello
he pensado en Paco. Él es ese niño grande que no ha dejado escapar ni una
milésima de todos esos aspectos emocionales que los demás hemos perdido. No ha permitido que se borren de su vida. Y
todos los días se autoimpone como ejercicio no dejar marchar a ese niño. De ahí
que sonría siempre, comparta juegos con su hijo y relativice los problemas,
porque ni uno solo de ellos merece que perdamos la sonrisa. Quiere seguir siendo el superhéroe de cómic
que tanto admira su pequeño y a través de él mostrarle a Curro un mundo
diferente.
Paco quiere cambiar el mundo, este rígido mundo en el que lo
material ha ganado la partida a la emotividad. Por eso ha creado la Universidad
Emocional, para diplomar y licenciar a los adustos y sombríos personajes en los
que nos hemos convertido, en esos seres con luz propia, iniciativa, imaginación
e ideales que un día fuimos.
La aventura ha calado hondo entre las grandes empresas y ya
son muchos los profesionales de éxito y de prestigio los que se ponen en sus
manos para recuperar ese tesoro que se
nos fue dado y que nosotros enterramos bajo capas de años coleccionados.
Porque está demostrado que una persona feliz vive mejor,
trabaja mejor, comunica mejor, se interrelaciona mejor. ¿Por qué no intentarlo?
¿ Por qué no rebuscar en nuestro interior al niño que perdimos y que tan feliz
nos hacía?.
Solo tenemos que intentarlo y ejercitar el rescate cada
día. Los resultados están demostrados y
garantizados. La prueba de ello es Paco, que apuesta por un mundo mejor,
diferente y más sencillo. Un mundo en el que las emociones marquen la hoja de
ruta de cada día y comanden la lista de prioridades de esta loca sociedad. Un
mundo en el que nos miremos en los niños y aprendamos de ellos para volver a
conquistar la esencia de la vida.
ANA
GAMERO.
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