La crisis no respeta nada, ni
siquiera a la Navidad. Este año las fechas navideñas también sufrirán recortes.
Veremos menos luces en la calle, dispondremos de menos cash para realizar
nuestras compras, tendremos que tirar de adornos de otros años para decorar
nuestros hogares y en la mesa habrá menos dispendio. Solo nos quedará la
alegría de cantar villancicos con las panderetas y zambombas al calor del
tradicional anís.
Pero cuidado, este año hasta las canciones populares sufren
recortes ya que ha quedado eliminado del cancionero popular el tradicional
villancico que suena tal que “Entre un
buey y una mula Dios ha nacido…”.
Al Papa Benedicto XVI le han
iluminado con la revelación de que en Belén, en el pesebre donde nació Jesucristo,
no había ni mula ni buey. Y lo trascribe en un libro sobre la infancia de Jesús en el que
también dice que la Estrella de Oriente no era más que un cometa que pasaba por
allí frente a los ojos de los Reyes Magos. Y no seré yo quien le rectifique ni
niegue tales afirmaciones, pero hombre, digo yo que ya había otras cosas más importantes
en las que pensar en estos tiempos de necesidad , señor Ratzinger.
¿Qué daño hacían la pobre mula y
el buey en nuestra tradición?, ¿Qué hacemos ahora con la Estrella de Oriente,
la colocamos sobre la copa de nuestros árboles de Navidad o la defenestramos de
la cultura navideña?. Y es que lo que no pasa de ser un simple hecho anecdótico
tiene su importancia en cuanto a que tales replanteamientos pueden generar incertidumbre
y dudas sobre el resto de la historia sagrada.
Y con la crisis de valores que
estamos padeciendo, con el hambre de esperanza que hay en el mundo, con las
ansias de creer que todos tenemos, este Papa teólogo ha hecho un flaco favor a
la fe.
Y aquellos que no creen, los
ateos y agnósticos, se estarán frotando las manos en base a que estas
afirmaciones pueden dar rienda suelta al relativismo y al cuestionamiento de
nuestras creencias.
Todavía recuerdo el precioso
Nacimiento instalado en plena Navidad en la Plaza de San Pedro de Roma, en vida
de Juan Pablo II. San José, La Virgen y el Niño con la mula y el buey, tal y
como lo han representado la iconografía, la imaginería y el arte pictórico a lo
largo de los siglos. Ahora Ratzinger los ha desahuciado y tendremos que retirar
a ambos animalitos de nuestros belenes pues según el nuevo Papa, no había
bestias en el pesebre. Como poco, kafkiano, diría yo.
Yo, que crecí con ellos, que les
canté villancicos, que visité belenes vivientes en los que no faltaban, ahora
les tengo que decir a mis hijos que todo fue fruto de un capricho de Francisco
de Asís.
Ahora solo nos falta escuchar que
no eran 3 los Reyes que visitaron al Niño, sino dos viajeros, o que José no era
carpintero, o que Jesús en realidad no se llamaba Jesús. Porque ya puestos y
después de haberme jorobado parte de la infancia, una se espera cualquier cosa.
Así que yo pienso permanecer
ciega y sorda. Voy a poner con mis niños el Belén y pienso colocar en él a la
mula y al buey como también es mi intención subir a mi pequeño en brazos para
que corone el árbol con la Estrella de Navidad.
Es mi particular forma de seguir
teniendo fe en aquello que me enseñaron, en lo que me contaron como una
maravillosa historia que sucedió en Oriente hace más de 2.000 años, un relato
de amor, esperanza y magia que revivimos cada año desde hace generaciones, que
repetimos cada Navidad y que transmitimos de padres a hijos con la fuerza de la
verdad de nuestra religión.
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